viernes, 31 de marzo de 2017

HUMANISMO CRISTIANO*

Una de las mayores desgracias de nuestra sociedad es la pérdida del humanismo cristiano. Es decir, del verdadero conocimiento de la naturaleza humana, desde una perspectiva teológica y filosófica. Quizá no haya nada tan importante como esto, pues si negamos nuestro propio ser, para reducirlo a lo puramente material, todo es vano y absurdo. Aristóteles o Platón, que no habían recibido ningún tipo de revelación, supieron descubrir la realidad espiritual y material del ser humano, el alma y el cuerpo. La revelación bíblica y la Encarnación de Cristo llevaron este conocimiento a su verdadera dimensión. La humanidad no era una casualidad del azar, un absurdo fruto de no se sabe qué fuerzas ocultas, sino la Creación de un Dios Providente y Redentor.

Así las cosas, el ser humano pudo ver y tocar a Dios en el Verbo Encarnado; o sea en Cristo. Un hombre perfecto que cambió el curso de la Historia en el sentido más profundo y extenso. La Palabra se hizo carne y llegó hasta los confines de la Tierra, que conocieron al Dios y Hombre Verdadero. A estas alturas todos los pueblos han podido y pueden descubrir la verdadera dimensión de la naturaleza humana, en lo espiritual y en lo temporal. Así nos ocurrió a los occidentales y gracias a eso hemos podido construir un mundo más justo, más humano y misericordioso.

El esfuerzo, con todas sus limitaciones, ha dado frutos maravillosos, entre ellos Europa, cuna de lo que hoy llamamos cultura occidental, que nació como una Cristiandad, donde los seres humanos, en medio de la terrible incertidumbre y tragedia que la propia vida conlleva, encontramos un ámbito de libertad y de prosperidad, acorde con nuestra naturaleza. El conocimiento de esa verdadera dimensión de la naturaleza humana, a través del cristianismo, ha sido por tanto, y puede seguir siendo, una ayuda importante, como se puede constatar a poco que estudiemos sin prejuicios nuestra historia. También es verdad que, como toda ayuda, resulta prescindible. En definitiva estamos hablando de una realidad, la humana, con una doble dimensión, la temporal y la eterna. La primera, que todos conocemos y en la que no hace falta creer, tiene por desgracia la posibilidad de estropearse, de deshumanizarse. Esto también es fácilmente constatable, sólo hay que mirar a nuestro alrededor para ver que, como nunca, imperan el egoísmo y la miseria.

Durante mucho tiempo las sociedades occidentales pusieron lo espiritual por encima de lo temporal, hasta que un día algunos “ilustrados”, cegados por la soberbia de un saber vano y parcial de la humanidad, fueron convenciendo a los occidentales que solo era importante lo de tejas abajo, que en el fondo el hombre no era más que un animal más, aunque estuviera muy cualificado. Poco a poco lo útil y lo inmediato, lo que se podía disfrutar en los breves años en que dura una generación, pasaron a suplantar al humanismo cristiano que daba verdadero sentido la vida.

Hoy que los occidentales hemos alcanzado un gran bienestar y un importante desarrollo técnico, solo nos preocupa retrasar la muerte y gozar del poco tiempo que tenemos, condenados a vivir a corto plazo; es más a autodestruirnos, al negar sistemáticamente no sólo nuestra propia naturaleza, sino la realidad de las cosas. El resto de la humanidad nos importa poco y los grandes ideales se desvanecen por momentos. Renunciar al humanismo cristiano, como decía al principio, es una gran pérdida, la ignorancia casi irreversible que tienen nuestros jóvenes de su verdadera naturaleza una gravísima hipoteca, callarse por miedo o cobardía el peor pecado. Dios salvó el abismo que había entre Él y nosotros con la Encarnación de Cristo, hoy el puente lo rompemos nosotros para desentendernos de su poder salvífico y vivir dentro de nuestra pobre miseria, sin saber siquiera quienes somos y cuál es nuestro destino.

Publicado en la Revista Dumio el 30 de marzo de 2017

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