La banda de Abel

 

SUPERVIVENCIA EN LA ESPAÑA MODERNA Y CONTEMPORÁNEA

 

En cada individuo están presentes el pasado y el futuro de la humanidad”

(J. RATZINGER, Introducción al cristianismo, ed. Sígueme, 2005, p.207)

 INTRODUCCIÓN

 Sobrevivir en España durante más de cuatro siglos, sin pertenecer a ningún gran linaje o fortuna importante, y que sus descendientes puedan contarlo, con cierta añoranza y orgullo, tiene su mérito. Sobre todo, además, si los protagonistas pertenecen a más de un ámbito peninsular, que el tiempo acabó entrelazando. Ese es el caso que nos ocupa, el de unas familias de origen gallego y otras de origen castellano-manchego, que acabaron por unir su destino en la primera mitad del siglo XX, después de un largo recorrido durante los tres siglos anteriores.

En todos los casos, se trata de gente relativamente modesta pero no pobre, clase media, escasa en España hasta épocas muy recientes: propietarios, vinculados al ámbito rural, pero también ejerciendo profesiones liberales en poblaciones de cierta entidad, que requerían una formación específica, incluso universitaria. En algún caso, un pariente relevante y rico, facilitó la supervivencia de la saga, a través de una Fundación, con dotes para las mujeres y ayudas para los varones. Pero, por lo demás, su suerte estuvo condicionada a sus propias capacidades y esfuerzos, combinados con enlaces matrimoniales que, en más de una ocasión, permitían mejorar o, por lo menos, mantener un cierto estatus social para ellos mismos y para sus descendientes.

Visto desde la perspectiva del siglo XXI, el mundo en que vivieron aquella gente, sobre todo antes de la revolución industrial y durante el Antiguo Régimen, entre los siglos XVII y XVIII, se caracterizaba por la falta de seguridad y de bienestar. Solo la familia o algunas instituciones religiosas, en el caso de los más pobres, que eran la mayoría, garantizaban la supervivencia. Quienes alcanzaban un grado de prosperidad suficiente, trataban de mantenerla y mejorarla; pero no era fácil. Tan solo en el ámbito más alto de la nobleza, el más minoritario, se podía mirar al futuro sin incertidumbre. El resto estaba obligado a luchar de generación en generación para poder sobrevivir.

La historiografía moderna, sobre todo la marxista, que ha envenenado nuestro mundo con su odio, también lo ha hecho con el de nuestros antepasados, intentando hacernos creer, que todo el que alcanzaba una cierta posición, aunque fuera por su mérito y capacidad, pasaba a ser un opresor de quienes no lo conseguían. Esta visión de la historia es bastante triste, ninguna persona normal, ni entonces ni después, ha sido indiferente al sufrimiento ajeno, por muy limitadas que fueran sus posibilidades. En el mundo ha podido haber, y sigue habiendo, mucho egoísmo, junto a una gran impotencia para hacer frente a las necesidades ajenas, pero eso no implica necesariamente que se hayan mantenido unas actitudes opresivas, como si esas fueran la única realidad predominante a lo largo de la historia.

Algunos de nuestros protagonistas llegaron a pertenecer a grupos de liderazgo, que no necesariamente oligárquicos, al ejercer el derecho o la medicina y otras profesiones liberales. Por supuesto, procuraron para sus hijos esa misma dedicación, al igual que trataban de legarles un patrimonio suficiente. Son actitudes legítimas que si se unen a una sólida formación moral y religiosa, acaban por transmitir de generación en generación, valores y actitudes que perduran y de la que acaban siendo beneficiarios muchos de sus descendientes.

Sin duda habría de todo, mejor y peor gente, como en todo grupo social; pero me gusta pensar que su supervivencia está ligada a esas actitudes y valores a que acabo de referirme. Las que, al perdurar en el tiempo, se convirtieron en características de varias generaciones, que transitaron “por la banda de Abel”, el título de mi relato, y en contraposición de aquellas otras historias en que sus protagonistas parecen inclinarse más “por la banda de Caín”, del lado del mal, el odio y la violencia.

Como ya he dicho, de todo habría dentro del centenar de antepasados a los que directa o indirectamente habremos de referirnos, pero la impresión que nos queda, después de reavivar su recuerdo, oscurecido por el tiempo, es que se trataba de gente por lo general bastante buena, normal, con sus virtudes y defectos, protagonistas de historias que nos ayudan a comprender mejor de donde venimos.

Más allá del puro dato genealógico, he intentado hacer una recreación histórica que nos permita conocer mejor a quienes vivieron en los últimos cuatro siglos en distintos ámbitos de la Península Ibérica. Sin renunciar al rigor histórico y sobre la base de los datos y referencias que he podido rastrear durante años, me permito volver a darles vida en su contexto, procurando que esa recreación sea lo más certera e ilustrativa posible.


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